Artículo de Enrique Dans
Google adopta finalmente la actitud seria y coherente que muchos llevábamos tiempo exigiéndole, yreplica a los diarios alemanes que si no permiten que sus contenidos sean indexados de forma gratuita, sencillamente dejará de indexarlos. Por el momento, la medida consiste en la eliminación de las imágenes y lossnippets (fragmentos no significativos de texto) de los resultados de búsqueda, pero a nadie escapa que, en realidad, se trata tan solo de un primer paso que, en caso de persistir los medios en su actitud, podría llegar a marcar su desaparición.
Los medios alemanes afectados acusan a la compañía de chantaje, una acusación tan ridícula como absurda: Google únicamente está, en este caso, defendiendo la naturaleza abierta de la web, y concretamente, una de sus reglas de oro fundacionales: que enlazar es completamente libre. Los primeros en amenazar y chantajear no solo a Google, sino por extensión a toda la web, han sido unos medios que, con una mentalidad propia del siglo pasado, pretenden alterar el funcionamiento del entorno en el que les ha tocado vivir.
No nos engañemos: no se trata de ninguna disputa sobre la propiedad intelectual de las noticias – concepto que por otro lado sería muy discutible – sino de una forma de rapiña auspiciada por los gobiernos de turno, que han visto además en la posibilidad de financiar a los medios de comunicación una manera de asegurarse un trato más favorable. Un auténtico caso de corrupción: tengo algo que el gobierno quiere, y lo pongo sobre la mesa de negociación a cambio de que ese mismo gobierno dicte leyes que me autoricen a extorsionar a un tercero.
El problema de Google no es pagar o no pagar un dinero a una serie de medios, sino convertirse en excusa para que, a partir de ese momento, esos mismos medios pueda reclamar el cobro, en forma de canon, a cualquier otro. Google tiene recursos para pagar a los medios que haga falta pagar, pero muchas páginas on los tenemos, y la sola idea de pagar por enlazar y comentar una noticia es algo completamente inaceptable, que se convertiría además en una suerte de “impuesto a la opinión” o a la conversación. En la práctica, es como si el gobierno pretendiese cobrarnos un canon por el derecho a comentar las noticias en la barra del bar.
Los periódicos convencionales tienen un serio dilema: tras años no siendo capaces de adaptarse a la web y perdiendo dinero en ella de manera sostenida, pretenden que llegue un tercero que sí se ha adaptado y les pague la factura. Auxiliados por gobiernos irresponsables o directamente corruptos que se arrogan el derecho a cambiar directores de periódicos a golpe de subvención y de publicidad institucional, se han erigido en un lobby que pretende, de manera absolutamente megalomaníaca, cambiar las reglas de la web, reescribir el concepto de enlace, y decidir quién paga a quién y por qué, en virtud de conceptos que siempre estuvieron y seguirán estando al margen de ese tipo de cuestiones. Un enlace es un enlace, y mientras el contenido o el tono de mi enlace no sea constitutivo de delito, puedo enlazar libremente a quien me dé la gana, cuando me dé la gana, y por supuesto, sin pagar a nadie.
La medida de Google representa tan solo un primer paso. La compañía, claramente, ha tratado por todos los medios de evitarla, pero llega un momento en que la cuestión se vuelve incoherente: no puedes estar reclamando firmeza a todos tus compañeros de viaje, a las asociaciones, a los medios con concepciones más racionales de la web o a los agregadores, y mientras, estar manteniendo una actitud tibia, extremadamente prudente y con un talante casi negociador, porque se interpreta como que estás en realidad queriendo nadar y guardar la ropa.
Obviamente, la solución de excluir a determinados periódicos del índice no gusta a nadie: ni al que la toma, ni a los medios afectados, ni a los usuarios. El buscador pasa a tener un índice que no refleja la totalidad de la información, sino que deja fuera una parte de ella. Los usuarios pasan a tener una herramienta con resultados de peor calidad. Y los medios, con la exclusión, pierden un tráfico que les aporta un flujo constante de visitas, y sobre todo, que marca en gran medida su nivel de relevancia y su capacidad de influencia. Pero la medida supone la única posibilidad de reconducir una situación demencial a la que solo una conjunción de intereses tan perfecta como la codicia de los medios y la corrupción e incompetencia de determinados políticos nos había llevado. Un buscador pierde mucho cuando excluye páginas de su índice, pero ninguna fuente es insustituible, menos aún si lo que pretendía era, por algún tipo de “derecho divino”, cambiar a su antojo reglas que no son suyas ni del buscador afectado, sino de todos los usuarios. Si a alguien no le gustan las reglas de la web, es muy libre de excluirse de ella.
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